CRÓNICA DE LA VIGILIA Y EVANGELIZACIÓN EN PENTECOSTÉS
El pasado 7 de
junio celebramos la Vigilia de Pentecostés en la Catedral Magistral de Alcalá
de Henares presidida por nuestro Obispo y Pastor, don Juan Antonio Reig Pla. Como en el
Cenáculo, clamábamos por un Nuevo
Pentecostés que nos moviera a vivir lo que estamos llamados a ser: partícipes
de la misión de Jesucristo, colaboradores suyos, puentes para unir a las almas
con Dios. Celebramos la Eucaristía y don Juan Antonio nos urgía a ser profetas
que, llenos del Espíritu Santo, anuncian al Único que puede salvar, en un mundo
alejado de Dios que necesita de su Señor, que gime con dolores de parto. “Vosotros
sois ese resto del que habla la primera lectura”, nos decía, exhortando a todos
los presentes a salir a anunciar a Jesucristo, para que todos puedan invocar su
Nombre y salvarse.
En la Vigilia
participaron parroquias de los arciprestazgos de la ciudad y hermanos de
diferentes realidades de la Iglesia: de la Renovación Carismática, de Cursillos
de Cristiandad, de la Legión de María, de la Adoración Nocturna, miembros de la
Escuela diocesana de Evangelización…la belleza y riqueza de nuestra Madre, la Iglesia,
en una preciosa comunión que dona el Espíritu Santo.
Llenos del
Espíritu Santo, unos hermanos recibieron la bendición de nuestro pastor y
salieron a evangelizar; otros, permanecieron en el interior del templo
adorando al Señor en la Eucaristía e intercediendo por los misioneros. En la entrada de la Catedral varios hermanos
acogían y daban la bienvenida a quienes entraban: “Estás en tu casa, Jesús está
vivo, te espera…”. Niños, jóvenes y adultos ofrecían velas y las
encendían; repartían Palabras de Vida
(frases de la Escritura enrolladas a modo de canutillo) con una amplia sonrisa
y mucho cariño. Otros los acompañaban hasta
el altar para depositar su velita e intención, rezaban por ellos y con ellos.
El coro rezaba y cantaba a pleno pulmón, suplicando a Dios que tocara los
corazones; en un lateral un grupito rezaba el Rosario pidiendo el auxilio de
nuestra Madre, la Virgen María. Los sacerdotes confesaban sin parar, unos
hermanos rezaban por quienes lo necesitaran…mientras un goteo continuo de gente
entraba y se acercaba hasta Jesucristo, vivo y resucitado, expuesto en la
custodia, que vive ofrecido por nosotros, derramando su Espíritu Santo para
quien lo desee acoger:
“Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas […] Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla”
(Jn 10, 10.11.16).
Compartimos, a continuación,
algunos testimonios:
Una joven nos
confiaba cómo el Señor ponía en su corazón un amor muy grande hacia las
personas que entraban y se acercaban hasta el Señor. De rodillas en su banco,
rezaba por ellos y ofrecía los sufrimientos que ahora está viviendo por su
conversión, para que puedan descubrir el amor del Señor y ninguno se pierda.
María, una
señora que nunca había salido a evangelizar, contaba lo precioso que es traer a las
personas ante Jesús y ver que se emocionan, que Él toca sus corazones y te
permite verlo…”es algo maravilloso”, afirmaba, “que Él se sirva de mi pobreza y
pueda ser su instrumento”.
Belén
compartía que tenía una alegría que antes no había experimentado. ”No pensaba salir”,
decía, ”pero, cuando dijeron que si alguien se sentía movido por el Señor a
evangelizar, que lo hiciera, sentí muy fuerte en el corazón que tenía que salir”.
Se acercaba a la gente de las terrazas y les contaba cómo ella buscaba la
felicidad “tomando unas cañas” y descubrió que existe Dios y una felicidad
inmensa que solo Él puede dar, y les invitaba a ir a la Catedral a encontrarse
con Jesucristo, dejando lo que estaban haciendo. Algunos la acompañaron. Rebosaba
alegría y paz y se sentía empujada a hablar a todos con una fuerza que no
procedía de ella, sino del Señor.
Mª Carmen
estaba muy contenta por la experiencia y, a la vez, triste por lo alejada que
está la gente de Dios, nos comentaba. ¡Hay que evangelizar, desde luego!
Dos monjitas
despedían a quienes regresaban de adorar al Señor, los cogían del brazo y los
animaban a querer a Jesús, que no quita nada, sino que lo da todo, se nos da
del todo.
Hemos
sembrado. Ahora toca regar con oración y sacrificio la semilla plantada para
que dé fruto.
¡Gracias, Señor, por ti mismo, porque eres lo mejor de nuestra vida! Conviértenos a ti, haznos dóciles y humildes. Envíanos hasta los confines de la tierra para que todos los hombres se salven y ninguno se pierda. Gracias por hacernos partícipes de tu vida y de tu misión. ¡A ti la gloria!